Jordi Pujol, presidente de la Generalitat de Cataluña, expresaba sobre ella, en 1981, su “profundo respeto al símbolo de esta España justa, moderna y progresiva a la que todos aspiramos”. Hacía cerca de un siglo que Sabino Arana, padre del nacionalismo vasco, la había definido como “signo odioso” de la “dominación y esclavitud” a la que España sometía al pueblo de Euskadi. La Primera República española la hizo suya, mientras que la Segunda República prefirió transformarla.
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