Vale, todo lo que suena a “hipster” ya huele y hemos acabado hasta el gorro de la palabrita, más o menos igual que aquel verano en el que hasta mi madre decía “friqui” o ese otro en que los medios se empeñaron en convertirnos a todos en “metrosexuales”. Lo mismo tiramos de ella para hablar de magdalenas de diseño que para referirnos a una editorial indie o para soltar alguna puya sobre Malasaña y sus barbas.
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