La inflamación del epidídimo le torturaba cada mes, durante tres o cuatro días. Sabía que era del epidídimo desde hacía dos semanas. Después de dos años con dolores cada vez más frecuentes, se había estado temiendo lo peor. Pero, desde su última cita con el urólogo, empezó a ver más luz al final del túnel. Y nunca mejor dicho.En cierta forma fue un alivio descubrir que funcionaban los antibióticos. Y, hasta cierto punto, que había dolor; no se podía excluir la posibilidad de que fuera un tumor, pero era improbable.
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