Los museos del Reino Unido, Alemania, Francia, Países Bajos y Rumania no dan abasto; del subsuelo afloran sin cesar espadas, dagas, brazaletes, collares, pendientes, hachas, diademas y lingotes de oro y bronce. Son los vestigios de la frenética acumulación de objetos preciosos ocurrida entre los siglos XV y VII a. C., bienes de los que nuestros antepasados luego se deshacían enterrándolos o arrojándolos a lagos y ríos.
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