Cualquiera que hubiese contemplado a Herbert Henry Woollard y Edward Arnold Carmichael en plena acción habría concluido al primer vistazo que aquellos dos hombres se entregaban a prácticas sadomasoquistas inusuales, sobre todo para una época más pacata que la actual. Pero cuando uno de aquellos dos médicos londinenses hechos y derechos le agarraba al otro un testículo para después cargar sobre él pesos crecientemente molestos, no lo hacía por perversa delectación, sino por la ciencia.
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