A lo largo del río Curanja en Perú los signos eran sutiles al principio: plataneros, papayas y sandías sin fruta madura, un machete extraviado o ropa desaparecida. Los indígenas que cultivan mandioca ya sabían que no estaban solos y el más viejo aun recuerda crecer desnudo viviendo de la generosidad de la selva amazónica. Pero sus primos, los que se quedaron en la selva suelen evitar todo contacto con los forasteros.
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