Y allí estaba yo, en mitad de una maraña de estibadores chinos en un enorme puerto fluvial del Yangtse. Mientras esperaba a ver por dónde aparecía mi anfitrión, me percaté de que no había reparado en el modelito que me había confeccionado la máquina del tiempo. Visto lo visto por allí, iba a la moda: una especie de toga de seda azul cielo con anchas mangas, unos pantalones de algodón, una faldita hasta las rodillas y unas botas de fieltro altas.
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