Más allá de aquellos fachas que, mediada la década de los setenta, sabotearon una exposición del Equipo Crónica con una pintada de “¡Viva Felipe IV!”, o de las arremetidas contra películas estrenadas durante la Transición (La portentosa vida del padre Vicente–Carles Mira, 1978- y El crimen de Cuenca –Pilar Miró, 1980- son dos ejemplos especialmente indignos), los casos de grandes controversias artísticas no abundan en suelo español. O no abundaban, porque en los últimos años encontramos más de las que nos gustaría.
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