El ministro de Cultura acaba de jurar el cargo. En la sala, el ministro de Agricultura le felicita y, de paso, le da una serie de consejos sobre el cargo. Y no son sobre los procedimientos administrativos a seguir, el aceleramiento de trámites o el funcionamiento interno del Ejecutivo. No. Estamos hablando de whisky de importación, jamones extremeños y deportes de alto standing. ¿Nos suena de algo? En efecto, la corrupción política ha llegado al teatro.
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