Cuando imaginamos la comunicación, siempre pensamos que es un proceso en el que algo viaja de un emisor a un receptor, mediante un canal. Algo parecido a un paquete, que termina almacenado por su receptor en un conjunto semántico de elementos poseídos. Pero, como decía Marcel Proust sobre el acto de la posesión carnal, en éste nada se posee: y esto mismo ocurre con la comunicación. En la comunicación más auténtica, nada recibimos, nada consumimos. Quizá podríamos decir que la comunicación verdadera nos posee a nosotros.
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