Siempre había sido un niño muy cariñoso y zalamero. Pendiente de su vestimenta, invariablemente impoluto, jamás jugaba al fútbol. A él le gustaban mucho más los juegos creativos, como cuando se inventaba que la pilastra del lavadero, a la que le ponía unos bornizos de mimbraza asidos por los agujeros de los ladrillos, era la escotilla de un submarino a través de la que se introducían los monstruos.
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