En la Sevilla medieval, la justicia ordinaria tenía fama de ser la más dura, por lo que todo el mundo quería esquivarla. Los soldados podían declarar ante un tribunal militar, y los curas ante la autoridad eclesiástica, mientras que el resto de los mortales tenían que buscarse otras artimañas. La más recurrente era el «derecho de asilo», un principio legal que impedía a los alguaciles entrar en los lugares sagrados para detener a los presuntos delincuentes, por lo que en ese lugar podían estar seguros y protegidos.
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