En cierta ocasión en que asistió a una representación teatral, Calígula tuvo que sufrir que aplaudieran más al actor principal que a él mismo. “Ojalá el pueblo romano tuviera un solo cuello”, exclamó, probablemente mientras se lo cortaban al intérprete, inventor a su pesar de aquello de morir de éxito. El aplauso ha acompañado a la humanidad desde sus inicios como signo de aprobación, ha adoptado diferentes formas y se ha organizado y lo han organizado.
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