Su extrema brutalidad y la fiereza de sus zarpazos le valió el apodo de la Tigresa, aunque otros prisioneros decidieron denominarla ‘Brígida, la sanguinaria’. Aquella mujer alta, rolliza, de espeso cabello castaño, gozaba fustigando a los internos que con miedo, ni tan solo se atrevían a mirarla a la cara. Hildegard Lächert parecía un “demonio demente”, tal y como aseveraban los supervivientes. Pero tras quedar en libertad, la sorpresa llegó cuando se convirtió en una agente espía de la CIA.
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