A finales del siglo XVIII asistimos a un cambio fundamental en el modo de percibir el mundo: la figura del espectador va a cobrar un papel fundamental, situándolo en el eje central de todo, consiguiendo de esta manera el control sobre lo que le rodea. El sujeto deja de ser un mero espectador, ya que gracias a esta nueva forma de visión no hay ningún detalle que pueda desvanecerse, es una mirada llena de poder. Una de las creaciones en las que se confirma este cambio de visión es el panorama.
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