Los norteamericanos se quedaron con la copla, nunca mejor dicho, le sacaron tarjeta amarilla a la poción mágica de sus vecinos del sur y, para cuando la Gran Depresión golpeó los cimientos del incipiente imperio veinte años después, qué mejor chivo expiatorio que los mexicanos, sus drogas y su alboroto. Las cifras y las estadísticas no arrojaban diferencias sustanciales entre el comportamiento de los futuros espaldas mojadas y los blanquitos, pero por qué dejar que las estadísticas arruinen una buena política xenófoba.
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