La ciudad de finales del siglo XIX representaba un entorno atractivo, donde prosperar podía ser una tarea fácilmente exitosa. Esa ciudad estaba rebosante de oportunidades y nuevos negocios. La vida rugía con tanta velocidad que la ciudad no tenía tiempo suficiente para acoger de forma adecuada a todos los que llegaban en busca del dorado. Así que, la ciudad de finales del siglo XIX también representaba un entorno colapsado de espacios difícilmente habitables.
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