17 de enero de 1966, 10:22 de la mañana. Cielo azul y soleado sobre la pequeña localidad almeriense de Palomares. Fuertes ráfagas de viento y mar embravecido: 18 grados. Los estudiantes ya están frente a sus pupitres, los agricultores en los campos, los pescadores atentos a las redes. A 9.300 metros de altura, un bombardero B-52G estadounidense que regresa a su base en Carolina del Sur, e intenta repostar en vuelo a 400 kilómetros por hora, choca con su avión nodriza. Siete hombres mueren y caen sobre Palomares cuatro bombas termonucleares
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