La historia está llena de personas que han perpetrado actos espantosos obedeciendo órdenes. Esto ha sucedido no sólo en circunstancias especiales o en las que peligre la propia salud y la vida. Los experimentos ya clásicos de Stanley Milgram y de sus discípulos muestran que basta la coacción de una tercera persona que represente a la autoridad para que algunos inflijan a sus congéneres un dolor tal que ponga en riesgo su vida. Un nuevo experimento aporta evidencias sobre lo que sucede en el cerebro cuando se producen estas situaciones.
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