El verano pasado, una mariposa de la col puso huevos en una rúcula de mi huerto, y en poco tiempo la planta se llenó de orugas verdes. Pronto de las hojas de la rúcula no quedó nada. Privadas de alimento y no preparadas todavía para comenzar la siguiente etapa de su ciclo vital, todas las orugas se murieron de hambre. Acababa yo de presenciar en un microcosmos algo que hacía mucho tiempo acepto intelectualmente: la evolución es un proceso natural impersonal al que no le importa el bienestar de las criaturas individuales que produce.
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