Desde tiempos inmemoriales los seres humanos tememos la oscuridad. No es extraño, porque en ausencia de luz perdemos el más poderoso de nuestros sentidos, quedamos ciegos, y somos vulnerables frente a criaturas mejor dotadas para las tinieblas. Por eso la caída de la noche fue siempre el momento de buscar refugio, alumbrar un fuego miserable y esperar el amanecer, sintiendo que afuera la noche daba cobijo a todos y cada uno de nuestros temores.
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