Cuando llegó a la Argentina en el año 1942, lo primero que hizo fue dirigirse al hotel más exclusivo de la capital, el Hotel Plaza. Allí preguntó si había alguna reserva a nombre de Miguel de Molina, un nadie en aquel país extraño. Su respuesta ante la negativa del personal fue decir: “Yo soy Miguel de Molina” y pidió una habitación, que se preparara un vino español y se convocase a todos los periódicos.
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