Hacia enero de 1098, en un invierno inusualmente duro, los soldados cristianos sitiadores estaban peor que los musulmanes sitiados, que aún recibían algunos abastecimientos por las puertas de la muralla que no controlaban los cristianos. Ante la imposibilidad de conseguir alimentos Pedro el Ermitaño y un enigmático personaje llamado “rey Tafur” (que era el líder efectivo de los tafures) dieron permiso para que sus hombres se alimentasen de cadáveres de turcos muertos
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