La sátira no persigue tanto la carcajada como la media sonrisa, esa que esbozamos con cara de complicidad viniendo a decir algo como “qué gran observación, y yo la he pillado". Es una lectura de las costumbres de una sociedad con un humor crítico y sutil, mordaz y a veces hasta despiadado. Tiene algo de acto moral y, en sus mejores versiones, puede hacer temblar un régimen político.
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