La situación del ejército británico era desesperada. Una escasez de proyectiles había reducido a algunos soldados británicos en el frente a disparar sólo cuatro veces al día. La acetona era clave en su producción y algunas fibras vegetales podían solucionar esa escasez. El gobierno tenía que encontrar una solución pronta, así que recurrió a los niños y a un químico brillante llamado Chaim Weitzmann.
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