La muralla de León ha sido un estorbo en los últimos dos siglos. La demolición de algunos lienzos y una treintena de cubos obedece a un obtuso plan para librarse del cerco que asfixiaba cualquier intento de modernidad. Políticos y empresarios apelaron a razones de higiene, progreso y embellecimiento para derribar tramos sustanciales de la fortificación tardorromana. Casi nadie alzó la voz para impedir uno de los mayores atentados contra el Patrimonio que ha sufrido León.
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