Trataba de concentrarme en la escritura cuando, de pronto, una sinfonía de gritos chillones me llegó desde la terraza. Pasaba lo que nunca había ocurrido: que el canto de los pájaros era perceptible a los oídos. Allí estaban, agolpados, glotones, atraídos por las macetas donde comienza a brotar la primavera. Eran gorriones. Traté de imaginarme el Retiro, a un paso, disfrutando mi parque del aire limpio y de un silencio solo interrumpido por el vibrar de cientos de especies que hacen latir su tierra y que son invisibles a nuestros ojos. Viajé co
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