En el siglo XIX, los cartógrafos tenían una inclinación por trazar algunos de los picos más altos del mundo en una sola imagen. Los resultados fueron paisajes imaginarios; algunos colocaron todas las montañas del mundo en una sola y masivatabla, mientras que otros evocaron secciones transversales, con las montañas apiladas dentro de otras como muñecas geológicas de anidación.
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