Tanto las élites como las plebes extractivas pretenden convencer al conjunto de la población de que el “interés general” coincide —vaya casualidad— con sus intereses particulares a la hora de cercenar su capacidad de elección. Siempre parece haber una buena razón para acabar con la competencia potencial y, por tanto, para obligar a los consumidores a que adquieran productos peores o más caros que aquellos que podrían terminar comprando merced a un abanico liberalizado de opciones mucho más amplias.
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