La clave de todo está en la distinta cantidad de dióxido de carbono que hay en las latas y en las botellas. No es que haya una confabulación mundial para rellenar los recipientes con más o menos cantidad de gas, según el caso: en realidad, los fabricantes ponen la misma cantidad en unas y otras. Ahora bien, para el usuario experimentado es notable que el número de burbujas no es el mismo. Al fin y al cabo, la bebida no provoca la misma sensación de hormigueo en la boca ni tiene la misma imagen si se vierte en un vaso. ¿Qué está pasando?
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