Si vivía usted en Nueva York durante los años ochenta, había una cosa segura: mejor no encontrarse por la calle con él, no fuese que tuviesen alguna discusión de consecuencias imprevisibles. Si no, que se lo cuenten a Romual Piecyk, un técnico en reparación de frigoríficos que un buen día de 1984 dejó aparcado su automóvil frente a un restaurante de Queens sin sospechar la pesadilla en que iba a convertirse su vida a causa de ese simple gesto.
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