Era de color canela y estaba muy delgado, incluso para ser un galgo. El sentimiento de alegría provocado por la novedad se trocó pronto en otro, menos agradable, cuando, al acercarnos, nos enseñó los dientes. No fue agresivo, sólo una advertencia: dejadme en paz. Creo que le dábamos más miedo que él a nosotros.
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