La gran baza de Atenas sobre Esparta en la rivalidad que mantuvieron por la primacía en el mundo griego fue su marina de guerra, gracias a la cual pudo compensar a la imparable maquinaria bélica del ejército espartano en tierra. A partir del proceso por blasfemia a su marino más destacado, Alcibíades, que se pasó al otro bando para evitar su condena, esa situación se equilibró y en el año 405 a.C. la flota del navarca Lisandro logró dar la vuelta a la superioridad ateniense, imponiéndose brillante y aplastantemente en la batalla de Egospótamos.
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