Las recordamos como las mejores tropas de su era. Como una suerte de combatientes sin rostro —quizá con alguna barba estilo imperial mal recortada— que exhalaron su último aliento en contiendas de la talla de Rocroi o Empel. Y sí, cierto es que fueron todo ello, pero también que, tras las picas, los arcabuces y las rodelas, los soldados de los Tercios españoles fueron seres humanos.
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