El Lazarillo de Tormes, La epopeya de Gilgamesh, el Cantar de Mío Cid, el Romancero viejo o la mayoría de la literatura medieval artúrica. Todos estos libros comparten con otros muchos una misma característica: desconocemos el nombre de su autor. Han pasado a la historia como «anónimo», pero ¿cuántas veces «anónimo» fue una mujer? La más célebre defensora de esta tesis fue Virginia Woolf, quien en su obra Una habitación propia afirmaba: «Me atrevería a aventurar que Anónimo, que tantas obras ha escrito sin firmar, era a menudo una mujer».
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