En 1940, cuando los ejércitos de Hitler consolidaron su control sobre Europa, los espías de Gran Bretaña encargados de mantener viva la resistencia idearon un concepto novedoso. El resultado fue "carbón explosivo", una carga explosiva que parecía ser un trozo de carbón inocuo. La carga explosiva destruiría las calderas de una fábrica o un barco, causando daños severos.
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