En el mundo occidental cada cosa tiene un precio. No es filosofía; hablo literalmente: un cliente entra en una tienda y adquiere el producto que desea al coste que lleva marcado en una etiqueta y que sólo cambia si hay algún tipo de rebaja o promoción, de manera que todos los compradores pagan lo mismo. Pero no siempre fue así y no es necesario remontarse hasta otras edades porque basta hacerlo hasta el siglo XIX, cuando los cuáqueros consideraron que no era ético cobrar una cantidad diferente a cada usuario.
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