A finales del siglo XIX, el dramaturgo sueco August Strindberg desarrolló su propia técnica para capturar una serie de evocadoras impresiones del cielo estrellado, sin necesidad de lente ni cámara fotográfica. A medio camino entre la alquimia y las ciencias naturales, el celestógrafo incorporaba los ideales esotéricos del París “fin de siècle” y la influencia del místico y científico Emanuel Swedenborg.
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