En 2017 un tribunal de EEUU declaró culpable del asesinato de su marido a una mujer basándose en que el loro que tenían como mascota repetía las presuntas últimas palabras de la víctima: “¡No dispares, no dispares!”. La cuestión es si son conscientes de lo que dicen o se limitan a imitar sonidos, si poseen inteligencia suficiente como para articular palabras en un lenguaje, aunque sea muy básico, o sólo reaccionan fisiológicamente al entorno. Y ahí entra en juego la historia de Alex.
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