Una de las falacias más burdas pero a la vez más repetidas hoy en día, es que la radicalidad es mala, y los radicales (en general) son personas rechazables. Si pensamos unos segundos, es fácil desmontarla: las posiciones radicales no son, prima facie, ni buenas ni malas. Todo depende de sobre qué somos radicales.
Si la OMS dice que el cáncer de mama debe ser tratado en el plazo máximo de 1 mes para su correcta curación, y nuestros servicios sanitarios lo tratan en el plazo de 8 meses, la única postura moralmente decente es exigir con absoluta firmeza que se trate en el plazo de 1 mes. Aquí, ser "moderado" y consensuar con la consejería de sanidad autonómica de turno que se trate en 4 meses es casi tan miserable como la postura del consejero que, por considerar que es mejor invertir el dinero público en aeropuertos sin aviones (véase la Corvera murciana). mantiene el servicio sanitario público hecho unos zorros y con unas listas de espera que matan a mucha gente.
En estos casos, como en todos aquellos donde el respeto a los derechos humanos está en juego, la radicalidad es la única postura moralmente aceptable, y la imagen de personas indolentes que vegetan mientras les pisan la cabeza rodeados de un silencio asfixiante, es de lo más siniestro que se me ocurre. Eso sí, en otros casos, como la negociación acerca del tipo de árbol que vamos a plantar en la nueva plaza que el ayuntamiento está diseñando, o sobre el local de ocio al que vamos a ir un grupo de amigos, la flexibilidad sí es un valor positivo, y la intransigencia (más que la radicalidad) no es un buen ingrediente para la consecución de acuerdos donde todo el mundo se sienta cómodo.
La radicalidad suele implicar crispación, pues la defensa contundente y combativa, en las formas y el fondo, de una determinada postura, irrita sobremanera a quienes están en las antípodas. Esa crispación es absolutamente inevitable para el progreso. La política (al menos en países tan desiguales y asolados por la pobreza de unos y los privilegios de otros como España) no debe ser una hedionda balsa de aceite donde cuatro paniaguados turnistas fingen discutir en la tribuna del Congreso mientras defienden esencialmente los mismos privilegios para las mismas vacas sagradas.
La política debe implicar el grito, la denuncia, la protesta pública...y el llamar a las cosas por su nombre, aunque ello implique llamar asesino a un político que niega los servicios públicos esenciales para salvar su vida a miles de ciudadanos que mueren por tales carencias, o sicario infame a otro que se niega a establecer medidas fiscales que toquen el bolsillo de quienes más tienen, y que acaba de consejero en una gran empresa del Ibex como agradecimiento a sus servicios. Sólo así se conciencia a la gente, sólo así se empodera a la mayoría social y sólo así se cambian las cosas. Porque los avances sociales no se regalan: se arrebatan a las élites a través de luchas duras y largas, donde la firmeza e incluso la ferocidad en la defensa de la dignidad ciudadana son imprescindibles.
Uno de los muchos efectos negativos de la irrupción de la ultraderecha en el panorama político, es el reforzamiento de esa apología del mundo feliz orwelliano, donde todos sonreímos mientras el suelo se pudre a nuestro alrededor. No seas como los ultras, ellos son radicales y gritan mucho, y quien se comporta así es malo y daña la convivencia. Como si gritar pidiendo una vivienda digna fuese lo mismo que gritar pidiendo la prohibición del aborto y la expulsión inmediata de gente que lleva lustros trabajando en España pero aún no tiene los papeles porque el Estado no se ha preocupado de protegerles. No, no es lo mismo gritar "heil Hitler" (o "viva Franco") que "ni gente sin casas, ni casas sin gente". Lo uno implica negar los derechos humanos y la democracia, y precisamente por ello excede los límites de la libertad de expresión (como bien dice Ferrajoli, en democracia se puede discutir de todo menos de la destrucción de las precondiciones lógicas de la democracia, que son los derechos humanos). Lo otro implica reivindicar derechos humanos que están plasmados en el papel e hipócritamente reconocidos por las autoridades, pero que no existen en la realidad para millones de personas.
Os suelto todo este rollo debido al strike injusto que un viejo usuario de Menéame sufrió hace unos días, y que le llevó a escribir este artículo www.meneame.net/m/Bulos/fascismo-avanza-meneame y luego darse de baja. Desde la administración, se adujo que su petición de ilegalización de Vox, unida a otras frases subidas de tono, generaba "polarización" (empleada aquí como sinónimo de crispación) www.meneame.net/m/Bulos/fascismo-avanza-meneame/c017#c-17. Pero es que tiene todo el derecho a hacerlo.
No somos niños a quienes sólo pueden enseñarse dibujos animados de Disney porque si no se traumatizan. Somos adultos con un derecho fundamental a la libertad de expresión que nos habilita para meter el dedo en el ojo al rival ideológico de la forma más ácida (siempre que no caigamos en el insulto grave o la amenaza física), y con una madurez suficiente para escuchar esas arengas ásperas y descarnadas, cabrearnos, crisparnos, responder desde el cabreo...y seguir con nuestras vidas, posiblemente habiendo aprendido algo valioso de esa disputa a calzón quitado. Tanto quien defiende un ideal con uñas y dientes como quien simplemente es un troll con ganas de irritar al personal, tienen todo el derecho del mundo a crispar. Y el resto valoraremos sus intervenciones, ignorándoles, respondiéndoles honestamente o expresándoles lo negativa que nos parece su actitud. Pero, reitero, somos adultos. Y, reitero otra vez, sin crispación no hay progreso ni derechos fundamentales, porque lo que algunos llaman crispación, es el núcleo de la libertad de expresión (aparte de que los derechos fundamentales se conquistaron crispando mucho, y habrá que crispar mucho más en el futuro para que se respeten plenamente).
Y una anécdota con trasfondo judicial para acabar. Yo siempre he sido un tocapelotas superlativo (creo que con causa) y 20 años atrás abrí un foro de estudiantes de la Universidad de Murcia, en uno de cuyos subforos escribí varios artículos poniendo a parir al rector y al delegado de facultad de Derecho tribunadeljurista.foroes.org/f1-cuartel-de-espartaco-seccin-universita Las causas, a mi juicio, estaban plenamente justificadas: implantación del Plan Bolonia a coste cero con el consiguiente deterioro de la calidad del servicio, asfixia financiera de la universidad por falta de financiación autonómica, seguidismo acrítico del rector a lo dictado por Valcárcel (el presidente pepero de Murcia entonces, hoy procesado por un fraude millonario) y seguidismo acrítico del delegado de facultad a lo que mandase el rector, aparte de gestión poco ética del presupuesto del Consejo de Estudiantes.
Por esas críticas me expulsaron de la universidad (era estudiante de doctorado por entonces) y el delegado de facultad me demandó por lo civil pidiéndome 6000 euros por daños y perjuicios. Los tribunales me dieron la razón: el TSJ de Murcia anuló la expulsión y la sustituyó por una amonestación, y la Audiencia Provincial me absolvió en el pleito relativo al derecho al honor del delegado. Os paso las dos sentencias:
www.poderjudicial.es/search/AN/openDocument/7d797430c29ce2df/20131219
www.poderjudicial.es/search/AN/openDocument/4569b6f96ac05098/20130322
Pues bien, hace 12 años de la sentencia de la Audiencia Provincial. Allí me absolvieron por llamar al delegado de facultad y otros miembros del consejo de estudiantes "sicarios", "serviles", "mamporreros del rector", "rastreros", "mafia", "lacayos" o "mercenarios". Era crítica política sobre asuntos de relevancia pública, y ahí existe un plus de libertad de expresión singularmente notable, ya que el debate libre sobre los asuntos públicos es pilar de toda sociedad democrática. Sería muy triste que, más de una década después, se acogiesen en cualquier ámbito (incluido menéame) interpretaciones del contenido de la libertad de expresión más restrictivas. Máxime en un contexto donde tenemos a PPVox a las puertas de Moncloa y denunciar recortes de derechos y libertades y desmanes de toda índole se va a volver más necesario que nunca.