Voces se alzarán furiosas y escandalizadas. Estamos en guerra, dirán. La civilización occidental está amenazada. O nosotros, o ellos. Muchos, al escucharlas, temerán al otro y dudarán si abrir sus puertas y sus mentes es una buena idea. Pero la realidad es que estamos inmersos en una guerra, pero no en guerra. Porque no es ésta una que se pueda perder. Ni que tenga un enemigo claro y definido. Los orígenes son complejos; las responsabilidades, también. No se explica sin la religión, pero tampoco por ella.
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