En el corazón de la segunda ciudad de Latinoamérica con el PIB per cápita más alto, unas 30.000 personas trabajan hacinadas en jornadas laborales de 16 horas. La mayoría son indocumentados de origen boliviano que viven con sus hijos en pocilgas insalubres, a merced de la tuberculosis y casi sin poder salir a la calle.
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