Es propio de los niños protestar porque la tarta que se han comido ya no siga allí. Los adolescentes creen que alguien les pondrá la tarta delante sin hacer el menor esfuerzo para conseguirla. No solo esperan que aparezca como por arte de magia, sino que lo exigen con vehemencia, como si fuera un derecho. El adulto sabe que tiene que trabajar por conseguir la tarta y que, si la come, desaparecerá de su mesa.
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