Dibujando la hondonada de un ficticio vertedero, Miguel Ángel Revilla iba sumando ‘capas de corrupción’ y, explicaba, que cada capa se compacta y se aísla “para que no huela”. Y, capa a capa, se llena el vertedero hasta que toca clausurarlo: “Se echa una capa de tierra vegetal de un metro, queda todo compactado, esto con el tiempo es un abono que permite brotes verdes e incluso puede aparecer un árbol con raíces vigorosas”.
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