Alberto Ruiz-Gallardón aspiraba a una reforma muy restrictiva que el movimiento feminista consiguió detener y que acabó con su propia dimisión pero, a pesar del fracaso, el Partido Popular tenía que contentar con algo a sus votantes más reaccionarios y cambió lo que parecía más asumible cambiar: recuperar el poder de los progenitores para consentir o impedir el aborto de las mujeres de dieciséis y diecisiete años.
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