En el marco de nuestra supuesta escala de valores, una persona que disfruta matando o viendo matar es, en el mejor de los casos, un enfermo, y en el peor, un canalla redomado. Sin embargo, cazadores, taurófilos (taurófobos, en realidad) y otros torturadores no suelen ser objeto del desprecio que merecen, e incluso gozan de protección legal y de considerable atención mediática, lo que demuestra, por si cupiera alguna duda, que la moral al uso es una farsa grotesca.