Un barco con más de cien solicitantes de asilo –la mayoría mujeres– parte clandestinamente de un punto de la costa del norte de África no muy lejos del delta del Nilo. La embarcación, de vela, es frágil; su casco es de madera. Logran desembarcar penosamente en un puerto griego y piden a sus dioses que les protejan y que los gobernantes de la tierra a la que han arribado no ejerzan violencia contra ellos. No, no estoy resumiendo un telediario de agosto de 2019. Cuento lo que pasa en la escena de un teatro de Atenas en el año 463 antes de Cristo.
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