Los testigos que declaran ante la Audiencia Nacional se suelen sentar en una silla frente al tribunal, responden sin la asistencia de un abogado defensor y están obligados a decir la verdad. Rajoy no fue un testigo más. Se sentó en una silla privilegiada, a la derecha del tribunal, contó con la inestimable ayuda de dos abogados defensores –el de Luis Bárcenas, que interrumpió cada pregunta incómoda, y el propio presidente del tribunal– y en cuanto a decir la verdad… a la segunda ya tal.
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