Está científicamente demostrado que la proximidad con la naturaleza o el mero hecho de observarla puede ayudarnos a reponer nuestra capacidad mental y atencional. Nos permite relajar la actividad cerebral, de manera que nos sentimos más descansados y renovados cuando retomamos una actividad. Lo mismo se aplica al aire fresco dentro de los edificios; puede fomentar nuestras capacidades cognitivas y de aprendizaje y afectar positivamente a nuestro rendimiento.
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