Félix Sancho, que bajó al parquet hecho un basilisco y obligó a voz en grito a sus jugadores a arrodillarse y pedir perdón al público asistente. El máximo mandatario no utilizó el dedo pulgar, como los emperadores romanos, pero sí el índice para, rodilla en tierra, exigir a los suyos que hiciesen ese gesto de arrepentimiento hacia su afición.
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